Por extraño que pueda parecer, nadie sabe con certeza a qué se debe el sabor de una sustancia determinada. Sabemos que el sabor está producido por una serie de sustancias y combinaciones pero seguimos sin comprender la “ley” que determina cual debe ser el sabor de cada cosa concreta.
El efecto que produce un alimento sobre nuestros nervios del gusto está relacionado, en cierta forma, con su composición química. Por ejemplo, si existen iones de hidrógeno, es probable que el sabor sea agrio.
Los aminoácidos tienen un sabor dulce. El azúcar posee la clase de ácidos ( o composición química) que nos hacen experimentar su sabor como dulce.
Hace ya más de 2,000 años un filósofo griego llamado Demócrito anunció que el sabor de los alimentos dependía de la clase de átomos que éstos desprendían. Por asombroso que parezca, esta afirmación sigue considerándose correcta en la actualidad. A menos que una sustancia se halle en disolución, de forma que sus átomos puedan moverse libremente, no podemos apreciar su sabor. Una canica de cristal, por ejemplo, no tiene sabor alguno.
Nuestros órganos del gusto pueden distinguir cuatro sensaciones básicas: dulce, salado, amargo y ácido. Pero la lengua no es igualmente sensible a estos cuatro sabores en toda su superficie. La punta de la lengua capta los sabores dulces, la parte posterior es más sensible a los amargos y los costados reaccionan ante sabores ácidos y salados.
En realidad no existe el “sabor puro”. Nuestra lengua no sólo percibe lo dulce y lo salado, sino que también es sensible al peso, aspereza o suavidad, temperatura y otros factores. La combinación de todas estas sensaciones da lugar a lo que llamamos el sabor de la comida.
Como sucede con todos los sentidos de que disponemos los humanos, el gusto no depende únicamente de las sensaciones físicas, sino que se capta en un área determinada del cerebro; esto significa que la sensación de sabor no se forma en la lengua, sino en el cerebro.
Esto permite explicar el hecho, bastante corriente de que algunos sabores que antes nos parecían repugnantes en un momento dado nos resultan agradables.
Demócrito de Abdera fué un filósofo griego creador del atomismo mecanicista. Sostiene que el universo está constituido por dos principios: lo lleno y lo vacío, es decir, los átomos y el espacio en que se mueven.
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